jueves, 23 de agosto de 2007

No soy yo

Sonó el despertador, una, dos veces, hasta tres, creo. Y Walter salió de la cama con una modorra más antigua que sus ganas de solucionar todos sus problemas.

Le llamó la atención que no hubiese nadie. Caminó entre la bruma de la casa vacía y nada le recordaba la vida familiar. Ingresó al comedor antiguo, de la casa que le dejaron sus abuelos.

- ¿Y vos que mirás? Increpó a la imagen reflejada en el espejo.
- Soy tu imagen y todas las palabras que no quieres escuchar.
- ¿Y esa cara de sorpresa a que se debe?
- ¡Walter¡ ¿No has visto alrededor? A pesar de decírtelo cada mañana, cada noche de insomnio. Al fin cumpliste con la promesa que hicieras tantas veces frente a mí, en este reflejo frío y sin fondo.

Como pudo siguió mirándose y lo de siempre. Desde que era niño… no se reconocí­a.
Desde aquella quieta tarde de verano, que su tío abuso de su confianza e inocencia, un velo lo envolvía, lo perseguía como nos siguen los castigos lejanos.

El peso de su malhumor le impedía entender los alambrados que rodean sus pensamientos.
Siempre hablando sólo, todo eran palabras sin destinatario, reclamos a la brisa, reproches a seres imaginarios.

Walter dejó caer su desconcertado cuerpo en el sillón desteñido, frente al cristal biselado, con marco de cedro. Al verse entre la luz del sol que ingresaba por detrás, comenzó a recordar partes de su vida.
Su mujer, a la que no amaba, no de ahora, nunca supo que era esa emoción.

Recordó que hace años tuvo dos hijos, una niña violada, como corresponde a la historia lejana. Con sus dieciocho años y su embarazo interrumpido, en un consultorio tan emocionalmente vacío, como las cartas de amor que no llegan a leerse. Y un hijo varón, que no caminaba, de los golpes recibidos…

De reojo, Walter miraba su silueta enmarcada en el sillón heredado. El perro ladraba constantemente y hacía más solitario aún la casa. Un vacío con presencias. Le abultaban los recuerdos en el pecho y en sus inquietas manos.

Su vida era una nube caí­da y abandonada por la madre tormenta. Su sangre tenía la velocidad de una desgracia y la temperatura de una hoguera que arde desde hace 100 años.

En el living, sobre la mesita, aún abierto el libro de mitología griega, su única pasión que lo ataba al mundo real, lejos de sus pesadillas y los tenebrosos años en la clínica de rehabilitación mental.
Como un mensaje desde su universo oscuro, estaba abierto en la historia de Cronos.

Miró de reojo el libro y recordó, con maniática precisión que Cronos era el más joven de los Titanes, hijos de la Madre Tierra y Urano.

- Walter, no me vas responder, vas a estar toda el día sin mirarme.
- Me tenés podrido, todo el tiempo reprochándome, como mi madre.
- No querés mirarme por que sé lo que hiciste.
- Ahora me voy a bañar y te quedas hablando sólo, como en la clínica.

Ingresó al baño, corrió la cortina de la ducha estirando su brazo, como quien pretende disipar una bruma repentina.

Mientras se disponía a ingresar en la bañera, se desvistió lentamente.

Sin quererlo reconoció al habitante de su propia visión en el pequeño espejo, con aroma a esquizofrenia.

- ¡ Otra vez ! Hoy te juro que esto termina.
- ¿Quien te va a creer que fue tu reflejo? Tu otra parte, como te gusta decir.

Mantuvo su mirada cínica durante un buen rato y finalmente se desmayó.

Los vecinos aún mantienen sus charlas sepias y repiten… que hijo de puta, matar a toda su familia…
MentesSueltas
Cuento presentado en un Taller Literario en Mayo 2007.

jueves, 16 de agosto de 2007

Súbito

Las mariposas de mi mente
tienen dos alas.
Las palabras
y los silencios.

MentesSueltas


Si bien mi operación no fue algo tan importante, de todas formas es “mi” operación y bueno… dolió un poco (duele algo) y ahora debo tener el yeso por un mes más… paciencia.
Les quiero agradecer a todos ustedes por la energía y la compañía en este momento.
Los quiero mucho.

lunes, 6 de agosto de 2007

A la vida

Gracias Facundo, por ayudarme a recuperar el aroma del orégano que me recuerda a mi abuela, por sobre el estruendo de la munición.

El color del arroyo y el vuelo de la gaviota, cuando un niño sufre. Por recordarnos que debemos disfrutar el delicioso silencio del bosque, pues el hombre aún no llegó con su esquizofrenia y el colibrí no tiene hambre.

Por restaurar el color perdido en el barro de las batallas y entender que las flores cubrirán las tumbas, para reafirmar que la vida sigue.

Por intentar reconquistar la sal del mar en nuestros labios y el viento frío que nos queda suspendido de un hilo en el pecho. Y la mujer de cualquier pueblo que canta, pues es libre cuando elige las verduras.

Gracias Facundo por recordarnos, que nos debe molestar el hambre de los abuelos y el lujo del vaticano.

Gracias por enseñarme que existen las piedras en los caminos de un pueblo español que no conozco, la alegría de los mejicanos, la tenacidad de los aldeanos del desierto, la hospitalidad de los hindúes y la amabilidad que significa compartir el vino. Por hacerme pensar en el sonido de una guitarra, en los patios de Andalucía, en la serenidad de los orientales y el calor que nos bendice en el verano.

La tenaz alegría de una canción de amor, por el humor, por reivindicar el aroma al eucalipto y el canto del zorzal.

Gracias por resaltar la fragancia del limonero, mientras la luna refleja nuestra infancia en el patio de la casa paterna. La sencillez de las cosas que nos hacen bien. El amor,las risas, la mano de un hijo. Sabiendo que esa, es otra mano, es otra vida, que nosotros sólo le abrimos el sendero de la vida a sus propios caminos.

Por decirnos, que joder y poder son muy similares.

Aquí Facundo tú dirías
"La vida es una fiesta",
mientras lloro,
pues estoy vivo.


MentesSueltas, mi homenaje a Facundo Cabral, caminante, filósofo de las cosas sencillas y decidor, persona que influyó decididamente en mi vida.